
Lascivia
Es como oler el animal, las frutas, el monte y la mujer que se estremece entre el sudor de la tierra y el llanto de los troncos. Es también estar en medio de kilogramos de hojarascas y follajes de todo tipo; crueles sinfonías de verdes croares y maldecires, mientras sucumbimos a la carne, mientras tomamos acción de la naturaleza como siempre se ha querido.
De oír con espasmo advenimiento el ocre de lo que somos y de lo que hemos nacido. Una sensación calida se extiende por un curvado cuerpo, y tal cual emitiendo aullidos lúbricos, recuerda la lascivia, la fibra, el cabello y la bestia. Y con parda desinhibición nos replegamos en hordas salvajes, atentamos contra cualquier moralidad, nos embadurnamos en especias y fluidos; secreciones vienen consigo y nos comportamos como verdaderos individuos.
El dolor murmura adelante, atado al placer, a la agonía y al orgasmo. Es sentir un certero golpe color guayaba; adentrarse entre lo oscuro y luminoso, estudiar con valentía al humano que bestia palpita y bestia recuerda.
Naturalismo, humanismo ¿Cómo podría llamar dicho instinto que plaga el organismo, como una infección mal habida? No es más que reconocer de lo que se está hecho, aceptar lo inevitable y desvincularse de la eterna transición en la que se está sumergido. Ser carnal ya.
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